París: El Inicio de un viaje.

    En ese tiempo vivía en Concepción (sur de Chile) Chile (sur del Mundo), por lo que llegar a París involucraba tomar más de un avión para así entrar en el  destino. El primero era desde mi ciudad natal hacia Santiago. Recuerdo que mis padres me fueron a dejar al aeropuerto, con mucha emoción y con ese nerviosismo fóbico de mi madre por los aviones. Era un viaje tan esperado por mí, un viaje para comenzar el proceso de búsqueda interna, de iniciar una reconfiguración personal,  luego de haber estado varios años en una relación tóxica en la que aprendí mucho e incorporé algunos conocimientos como por ejemplo el valor de abandonarse y ceder todos tus limites hacia otro, lo que significa dejar la dignidad y lo que constituye ser infiel a tu propia legitimidad, así como entender el significado psicológico de la violencia. Fue  realmente un magíster en cómo abandonar el propio self en 5 años, más bien un PhD. 

Había escogido Paris, porque bueno, todos escogerían Paris. No quería que mi primer viaje a Europa fuera ingresando por Madrid, por una ciudad que tuviera sentido con mi lengua materna, por el contrario creo que inconscientemente quería ingresar por una ciudad cuyo choque cultural fuera tan fuerte que replegara en mis pensamientos,  me sacudiera tan violentamente que estuviera a punto de ahogarme, tal como lo que había aprendido en esa relación. Por eso escogí Paris, para que su fuerza me pegara un sacudón de aquellos.

Un día sentado por un sillón pequeño que aún conservo,  de esos que se hacen cama, sentí que necesitaba irme, necesitaba salir a pensar - Oh Dios dame una señal suplicaba, yo muy dramático así como Liz Gilbert en Eat, Pray & Love-  y de repente plaff miro hacia arriba y tenia un cuadro con una pintura de París, justamente colgado sobre mi cabeza, como si alguna vez lo hubiese comprado con la secreta esperanza que un día me entregaría esa señal, compraría unos boletos y bye… Au revoir en este caso. 

Ese es el cuadro que me inspiró


    El viaje no era fácil involucraba un periplo en clase económica de Concepción – Santiago – Sao Paulo – Paris y cada uno de ellos llenos de folklore,  símbolos e historias deliciosas. Por ejemplo,  mi compañero de vuelo del viaje de Concepción a Santiago – cincuenta minutos de vuelo aproximadamente – fue un tipo que parecía una cebolla en escabeche por el olor a alcohol que exudaba, aún recuerdo su nombre y nos dimos “el Facebook” (Bruno se llama) esas historias sabrosas que ocurren cuando andas con la cabeza abierta a que el universo entre en ti y te sorprenda. Bruno, alemán de Múnich comenzaba el retorno a su país, luego de haber pasado una estancia en Chile, en Concepción específicamente, por trabajo en alguna de las industrias de la ciudad. Me contaba que su despedida había sido de aquellas tipo la película “Hangover” y que creía que iba a estar borracho por el resto de su vida con todo lo que había bebido. 

  Llegué a Santiago y ahí estaba la típica espera en el aeropuerto, ese tiempo en que sientes que en realidad estás en el limbo no solo por estar en un área  neutral libre de impuestos, sino que por la sensación de estar en tierra de nadie y dar vueltas incansablemente. Si tienes suerte te quedas haciendo la espera en un VIP de esos aspiraciones wannabe en que algunos se sienten lo máximo por tener bebidas y wifi gratis y unos canapés picantes que tratan de darle glamour a un pan de molde con alguna pasta que no sea tan democrática como la pasta de huevo (mi amigo Pancho, va a disfrutar esa frase). Luego el vuelo a Sao Paulo nada en especial, salvo lo fea que es la sala de conexión internacional que tiene la ciudad y que siempre me ha parecido como a un gran baño con baldosas blancas pegadas por todas partes, no tan falta de cariño como el de ciudad de México, pero feo igual. Bueno, en otro limbo nuevamente, pero esta vez  decidí  comprar muchos chocolates para llevar a Europa, como una forma de quien lleva sus medicinas ante alguna crisis, me encontré por supuesto con un ofertón de “Garotos”, esos chocolates típicos del Brasil y en la espera me comí prácticamente una caja entera. Pues bien, comienza el llamado al embarque para al vuelo a Paris y  ya sentía el glamour entrando en mi y esas ganas de ir caminando como todo un parisién y en mi cabeza, que nunca para de contar chistes, me dacia “Diego, comienza a caminar punta, planta, talón… punta, planta talón, espalda erguida y punta planta talón”. 

Ya embarcado tengo recuerdos vagos, porque se me ocurrió la mala idea de hacerle caso a una amiga y tomar una medicina para dormir y así tolerar las horas de vuelo, costumbre para nada habitual en mi. Recuerdo que me senté al lado de un señor alemán (otro alemán) que llevaba a un perrito en la bodega del avión y me comentaba lo mucho que su mascota significaba para él. Posteriormente,  recuerdo mi acto de rockero de los 80 que fue tomar whiskey con esa pastilla para dormir y sin más, desperté luego de horas para el desayuno, con un dolor de cabeza superlativo, sin saber donde estaba y con una taza de té que ni recuerdo haber pedido. En fin, todo eso daba lo mismo porque estaba sobrevolando el viejo continente, a punto de llegar a Paris.  

Instalado en París, no voy a entrar en detalles de la amabilidad y hospitalidad parisina, pues Emily in París lo describe un poco caricaturizado, pero no anda tan  lejos. El tema en cuestión aquí es lo que me pasó con mi encuentro con la Torre Eiffel. 

Una vez repuesto algo del jet lag,  decidí esa mañana ir al fin al encuentro con la obra de Eiffel. Desayuné previamente por supuesto unos ricos croissants, un café en esos restaurancitos que tienen la sillas mirando hacia la calle para propiciar la coquetería, mientras pensaba en cómo sería ese primer segundo antes de la felicidad. Recuerdo haber escuchado que la torre estaba en el inconsciente colectivo del mundo, que había aparecido en miles de películas y que la información de ella venia casi en nuestro ADN, rememoraba la foto que tenía sobre mi cabeza cuando pedí una señal y que ya estaba ahí a punto de encontrarnos. 

Caminé y caminé, mapa en mano con esa cara de latino turista intentando parecer que todo esta bajo control, cuando nada está bajo control.  La ansiedad me embargaba, el tiempo se detenía, buscaba por aquí y nada, miraba por esa esquina, nada,  respiraba,  un par de personas me miraban, el tiempo se detenía y parecía que se estaba escondiendo de mí, me era imposible llegar a ella. De repente,  me tropiezo y veo una plaza justo en el frente, ¿Qué plaza es esta? Le doy un vistazo el mapa y veo que estoy cerca de torre y reviso el letrero de la plaza y dice: “Place Salvador Allende”. What? ¿Qué hace una plaza con el nombre de un ex presidente de Chile aquí en París? Y ahí comenzó todo y llegaron más pensamientos a mi:  “Entonces si esa plaza está aquí y se llama así ¿será que en verdad me encuentro en París?”– seguí caminando y pensé, “yo estaba en Chile hace un día, ¿Qué hago aquí?”, Es más ¿Soy yo el que está pensando y se está preguntando qué hace aquí en Francia? y luego pienso, ¡Ay  no!, esto se llama despersonalización, creo que lo estudié alguna vez, pero y ¿Ese latido en mi corazón?, ay no, Dios!!!! No quiero que me de una crisis de pánico aquí en Paris a miles de kilómetros fuera de  casa, frente a una plaza con el nombre de un ex presidente de Chile. Seguían las preguntas… ¿Soy yo realmente el que está aquí?, ¿El mismo que está pensando es el mismo que esta en este cuerpo observando? no quiero entrar en ese túnel sin salida, necesito auto instrucciones ahora. Entonces me digo: “Diego,  camina, respira contando de 3 en 3 de forma descendente, como aprendiste en psicología, 100, 97, 94, 91… 10, 7, 4, 1…  y de repente…

¡Voilà! ahí estaba. Se asoma entre unos edificios, mis lagrimas caen y ruedan, mi alma regresa y se conecta con mi cuerpo nuevamente, todas mis llagas sanan, las del pasado, las del abandono de mi mismo, las de la despersonalización y la contemplo ahí, frente a mi,  imponente, poderosa, recordándome su dignidad. Torre Eiffel, me has devuelto a mi mismo, me has regresado a la vida. 


Comentarios

  1. Que historia de amor tan romántica contigo mismo, fue un acto de amor con la persona más importante para cada ser “yo”.
    Ahora me pregunto más allá del simbolismo de la Torre Eiffel cuantos simbolismo he utilizado para sanarme siendo yo quien busca ese espacio y decirlo hacerlo, creo que para mi aplica la primera vez que vi la bandera de Chile al frente del palacio de la moneda

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    1. Gracias Nash por tu comentario ! Me quedo absolutamente con lo que dices que me resuena y tiene relación con ser capaces de establecer una sana y prospera relación con el “yo” un beso.

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